De repente la vereda de
la casa de la abuela, Marcela, se convirtió en un gran escenario de ballet.
Emma había dispuesto como parte de la escenografía unos juguetes que de su tía
Ro le había mandado desde Córdoba.
El público estaba muy
exaltado y ansioso por ver el primer baile de Emma. Papá Beto ya estaba con el
celular cargado y la cámara lista para comenzar la filmación, el tío Fran y la
tía Joy emocionados esperaban verla bailar.
Sobre el escenario, una
presentadora de lujo, Natalí, mamá de Emma y una gran bailarina también. Con la
voz entrecortada de la emoción exclamó:
¡Aquí esta Emma, una
bailarina encantadora!
Se abrió el telón y allí
estaba Emma, lucía un tutu lleno de volados y lentejuelas. Muchos aplausos se
escuchaban.
Emma saludó al público
presente con una reverencia propia de toda bailarina clásica. Con sus puntas
listas para comenzar y una sonrisa radiante comenzó a bailar.
Y bailo y bailo tanto que
el abuelo Ramón tuvo la impresión de verla volar. Sus figuras eran perfectas.
De movimientos etéreos y música clásica. Una versión independiente del
cascanueces.
¡La cara de Emma rebosaba de alegría!
El público presente no
dejaba de ovacionarla y cómo será la felicidad que tenían todos que comenzaron
a bailar también. La música los encantó cual hechizo de hadas y se apoderó de
ellos.
Y como les dije, nadie,
nadie, pero nadie en este cuento es pata dura.
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